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El concilio que definió la fe cristiana: recordando a Nicea, parte 3

Tras explorar en la primera entrega el contexto histórico y político que condujo al Concilio de Nicea, y en la segunda el pensamiento teológico de Arrio que desató una de las mayores controversias doctrinales de la Iglesia primitiva, este tercer artículo nos lleva al corazón del concilio mismo. Nos acercamos al evento, al concilio que se convirtió en un punto de inflexión para la fe cristiana.

Hablar del Concilio de Nicea nos hace hablar de las personas que lo conformaron. En aquel tiempo, Constantino, el emperador, tenía un lugar clave en el desarrollo de este suceso. Su conversión al cristianismo es un tema muy debatido hoy, pues, causa muchas especulaciones sobre si fue un factor meramente religioso o político.

A pesar de eso, Eusebio menciona haber escuchado de labios de Constantino que, mientras él invocaba al dios sol, al cual él adoraba, vio una cruz dentro de aquella esfera. Después de eso tuvo un sueño en el que veía nuevamente la cruz adentro del sol, y una frase que decía “In hoc signo Vinces”, lo que se traduce como “con esta señal vencerás”.[1]

Su visión y su sueño le llegaron a impresionar tanto a Constantino que cambió las enseñas imperiales ya establecidas, obedeciendo a lo que vio en su sueño. Sustituyó las águilas que representaban al Imperio y las cambió por el nombre de Cristo en griego. Alfonso Ropero menciona que “el símbolo era suficientemente ambiguo, y sin duda Constantino lo adoptó para no ofender a sus soldados paganos”.[2]

En el 312 d. C., Constantino enfrentó a uno de sus últimos rivales, Majencio. Entonces empuñaban sus espadas y levantaban sus escudos con aquel nuevo símbolo, celebrando la gran victoria. Fue allí donde Constantino ganó la batalla y tomó por suya la parte Occidental de Roma, pero ahora con un nuevo nombre: el Imperio Romano-cristiano.

Nicea como punto de inflexión

Constantino hizo un cambio muy abrupto en torno a la religión dentro del imperio romano. Este era un estado donde abundaba el paganismo y las ideas desenfrenadas en cuanto al culto a los dioses. En el 313 d. C., cuando el cristianismo estaba en un proceso de consolidación, dentro de todo el imperio Romano se creó un edicto en favor de la iglesia, el “Edicto de Milán”.

Este edicto fue un punto de inflexión crucial dentro de la historia del cristianismo. Este condujo a la legalización del cristianismo y a la promoción de la tolerancia religiosa en todo el imperio. La persecución en contra del cristianismo había terminado y gracias a ello el cristianismo logró expandirse rápidamente por todo el imperio.

El edicto favoreció a la iglesia de forma positiva, pero también de forma negativa. El cristianismo, con su rápido crecimiento y extensión, empezó a formar dominio dentro del imperio y con ello trajo la jerarquización de los poderes. El ser cristiano daba ciertas ventajas en la sociedad y se podía optar a cargos políticos y sociales altos. Esto llamó rápidamente la atención de muchas personas para sacar una ventaja con fines personales. Muchos empezaron a formar parte de la iglesia por convicción, pero otros por benéfico.

Tiempo después de la creación del edicto, Licinio, quien reinaba en la parte de Oriente del Imperio, comenzó fuertes persecuciones en contra de los cristianos. Eso enojó a Constantino y a causa de eso fue como inició “una guerra religiosa”[3] entre ambas partes del Imperio. Esta guerra, también fue conocida como “La batalla de Cibalis”. Constantino ganó la batalla y quedó en su poder el vasto imperio Romano, brindando más esperanza y libertad a los cristianos para difundir el mensaje.

A pesar de que el edicto favoreció a la iglesia, como se mencionó anteriormente, también tuvo malas consecuencias. La propagación del evangelio por todo el imperio llevó a una libertad de culto muy amplia y al mismo tiempo creó mucha contienda entre líderes religiosos, lo que llevó a Constantino a tomar decisiones por el futuro del imperio y de la iglesia.

¿Por qué un Concilio?

El Concilio de Nicea se llevó a cabo el 20 de mayo del año 325 d. C. Como su nombre lo menciona, se realizó en la ciudad de Nicea de Bitinia, justo en Asia menor; cerca de Constantinopla, lo que hoy conocemos como Iznik, la actual Turquía. Este fue el primer concilio ecuménico, lo que significa que fue el primer concilio universal.

Se estima que tuvo la participación de 300 obispos de todas las regiones (número que no ha sido determinado exactamente). Justo Gonzáles menciona que muchos de estos obispos “habían sufrido cárcel, tortura o exilio poco antes y que algunos llevaban en sus cuerpos las marcas físicas de su fidelidad”.[4] El propósito, de Constantino, de haber reunido a las principales autoridades de lo que hoy conocemos como Europa, África y Asia, era el de determinar una ortodoxia dentro de la iglesia.

Este concilio es considerado como el más importante de todos. Primero, por las interpretaciones teológicas correctas que se hicieron en cuanto a la divinidad de Cristo. Segundo, debido a la fuerza política usada para su realización y la convocatoria de sus participantes.

Constantino, por el bien del imperio, necesitaba que las discrepancias que existían entre los diferentes movimientos dentro de la iglesia terminaran. Esto debido a que estaban creando mucho conflicto para la visión de su gobierno. El concilio abordó varios puntos de la fe cristiana, pero principalmente se necesitaba determinar la divinidad de Cristo de una forma bíblica, teológica y filosófica, ya que entre tantos movimientos y pensamientos esto se había hecho confuso y se había tergiversado.

Condena de las herejías

Conforme el tiempo pasaba, y el cristianismo se iba expandiendo, las ideas de los cristianos iban madurando e iban tomando rumbos diferentes. Conforme se estudiaba más la biblia, se empezaban a desarrollar diferentes interpretaciones de ella, unas interpretaciones correctas, pero otras erróneas. Estas interpretaciones erróneas de las escrituras comenzaron a crear diferentes movimientos tales como el arrianismo y otros que tomaron mucha fuerza. El concilio, a pesar de que abordó varias herejías, se centró meramente en la de Arrio.

Al leer el Credo Niceno podemos observar 3 condenaciones fuertes en contra del arrianismo. En primer lugar, vemos la condenación en “Plano de Tiempo”,[5] la cual condenaba a los que decían que Jesús no existía desde el principio y fue creado en un tiempo determinado. En segundo lugar, estaba la condenación en “Plano de Origen”,[6] la cual condenaba a las personas que creían que Jesús tenía una ousia (una sustancia o esencia) o hipostasis distinta a la de Dios y afirmaba que Jesús pertenecía a la misma esencia de Dios Padre. En último lugar, la condenación en “Perspectiva de Realización”,[7] la cual condenaba a aquellos que creían que Jesús, como el hijo de Dios, puede cambiar, así como las personas que nacen, crecen y mueren. En otras palabras, podemos decir que Jesús no cambia, no evoluciona y tampoco tiene un final, es eterno y perfecto, y siempre ha sido el mismo.[8]

El apoyo a las herejías no nace únicamente de las interpretaciones erróneas de las escrituras; es bueno recordar que también fue el instrumento que utilizaban los marginados para ser escuchados. Ya que el cristianismo había perdido su esencia de hermandad y comunidad.[9] El evangelio dejó de ser un tema de exposición y se convirtió en un tema de imposición. Algo así como un Pax Deorum[10] pero a lo cristiano.

Es muy importante el acercamiento que Alfonso Ropero hace en torno a las herejías, diciendo que “Por eso la herejía cristiana, como se observa en la mayoría de los grupos sectarios, es por regla general antiautoritaria y particularista. La discrepancia doctrinal es el camino más apropiado para manifestar el rechazo y la repulsa del orden establecido, del sistema que les arrincona y oprime”.[11]

Esta serie de publicaciones explora el Concilio de Nicea, los eventos previos, las luchas internas y las decisiones que definieron la fe cristiana en su relación con el Imperio Romano.  ¡No te pierdas las próximas publicaciones!


[1] Alfonso Ropero, Mártires y Perseguidores (Barcelona: CLIE, 2019).

[2] Ibíd., 358.

[3] Jean Comby, La historia de la iglesia: Desde los orígenes hasta el siglo XXI (Estella: Verbo Divino), 72.

[4] Justo L. Gonzales, Historia del cristianismo (Miami: Unilit, 2009), 173.

[5] Xabier Pikaza, Trinidad: Itinerario de Dios al hombre (Salamanca: Sígueme, 2015).

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Credo Niceno: https://www.loyolapress.com/catholic-resources/espanol/oracion/oraciones-tradicionales/credo-de-nicea-constantinopla/

[9] Ropero, Mártires y Perseguidores

[10] Literalmente significa la paz de los dioses. Si los romanos seguían paso a paso la obediencia a sus dioses, no tendrían los dioses porque castigarlos, y vivían en paz. Por esa misma causa es que ellos buscaban una misma religión para todo el imperio, para evitar la ofensa de sus dioses.

[11] Ropero, Mártires y Perseguidores, 386.

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