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Una falsa antítesis: el Espíritu versus el estudio ¡La fe y la inteligencia no son enemigas!

Una falsa antítesis: el Espíritu versus el estudio ¡La fe y la inteligencia no son enemigas!*

Los debates exegéticos y teológicos son de fundamental importancia para la salud de la iglesia. Son como el sudor de la fe, en búsqueda constante de una fidelidad siempre mayor a la Palabra y al Señor. Por eso, prohibir o suprimir el debate es uno de los mayores daños que los líderes pueden hacer a la iglesia.

Muchas veces las controversias, sanas en sí mismas, revelan enfermedades del cuerpo de Cristo. Recientes debates en este mismo sitio web[1] ofrecieron una radiografía de una seria patología en la condición espiritual de algunos sectores de la iglesia costarricense y latinoamericana. Más allá de un dogmatismo posiblemente legítimo, hay mucho fanatismo, procesos de fanatización (impulsados por algunos líderes que parecen tener miedo de una sana crítica que podría amenazar su autoridad), oscurantismo y, sobre todo, actitudes violentas muy dispuestas a insultar, que no se distinguen mucho del odio.

Como base de este síndrome patológico aparece a menudo un concepto aparentemente saludable y muy «espiritual», pero en realidad errado y dañino. Ese concepto consiste en contraponer el Espíritu y el estudio. Si confiamos en el Espíritu Santo para revelarnos la verdad, ¿qué necesidad o qué valor tiene el estudio «intelectual» de la Biblia. ¿No nos dice Pr [3:5]: «… no te apoyes en tu propia inteligencia»? Estudiar el texto para encontrar razones para una u otra interpretación se ve como intelectualismo y hasta soberbia. Los realmente espirituales confían en que el Espíritu Santo les revelará el significado del texto inspirado. Recuerdo que hace años realizamos un taller de interpretación bíblica en el norte de Costa Rica, pero una congregación entera canceló su participación porque decían: «Nosotros no creemos en el estudio, sino que confiamos en el Espíritu Santo».

Estas actitudes se revelaron muy claramente en los comentarios que provocaron unos artículos recientes en este sitio web. Me permito reproducir textualmente algunas de esas respuestas:[2] 

Osorio: «Para mi opinión personal usted necesita tener revelación, tiene muy poca vivencia del evangelio completo. Me parece que tiene celos o está muy escaso de lo sobrenatural… Jesús dijo, ‘te alabo Padre porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos y lo revelaste a los niños’».

Samuel: «Solo puedo decir que sin revelación de lo alto podrá siempre discutir si hay en este tiempo apóstoles…».

Pablo: «Creo que en el momento en que aparecen sabios que quieren darles diversas interpretaciones a las palabras bíblicas porque creen que en griego, ruso o francés dice otra cosa, la Biblia pierde su sentido como Palabra de Dios… Eso es un tema de revelación personal».

Ramón: «Claramente la escritura dice que vayamos a predicar el evangelio, no a hacer teologías para averiguatas de vana palabrería…».

Es justo reconocer ciertos elementos de verdad en estas afirmaciones. Dios ha prometido darnos su Espíritu para guiarnos a toda verdad, y el Espíritu promete iluminar y guiar, pero no reemplazar nuestro estudio de la Biblia. Es cierto que Dios da grandes dones de sabiduría a los humildes, y que, por otro lado, existe un peligro real de una soberbia carnal en el mucho conocimiento. El verdadero entendimiento da humildad, pues cuanto más sabe uno, más sabe que no sabe. Pero hay también un antintelectualismo malsano y que no es bíblico, y que también es soberbio, con el orgullo y la arrogancia de creer que sabe sin tener que examinar el texto ni escuchar a otras personas. 

Hay un peligro serio de malentender la inspiración de las Escrituras. El Espíritu Santo inspiró a los autores de nuestros libros canónicos, pero jamás prometió ni dirigir los procesos de copia de manuscritos (miles de ellos, a mano, durante unos quince siglos) ni de traducciones (es lingüísticamente imposible que una traducción reproduzca exactamente un texto en otro idioma). Dios ha querido que la transmisión y la traducción de su Palabra sean procesos humanos y naturales, no infalibles sino siempre mejorables. Aun la imprenta moderna, que produce un texto mucho más estable, se presta para variantes. Una de las primeras versiones impresas de la Biblia se llamó «la Biblia del adúltero», porque omitió la palabra «no» en el séptimo mandamiento (cf. Éx 20:14).

La interpretación inspirada de las Escrituras no aparece entre los dones carismáticos de la iglesia. Dios ha dejado eso a nuestra responsabilidad, escudriñando la Palabra con todo cuidado en oración y en la comunidad de fe. La exégesis bíblica tampoco es una función normal del don de profecía, como si ese fuera un sustituto del estudio y un pretexto para la pereza mental. Aun si una profecía ilumina un texto bíblico, siguen las exhortaciones bíblicas, precisamente con referencia a la profecía: «Examinadlo todo…» (1 Ts 5:21) y «… los demás juzguen» (1 Co 14:29). Los profetas que se creen infalibles están muy equivocados.

Para justificar esta oposición entre el Espíritu y el estudio a veces se apela a Lc 12:11-12: «… no os preocupéis por cómo o qué habréis de responder, o qué habréis de decir; porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir». Sin embargo, del contexto queda claro que esto se refiere a interrogaciones por las autoridades hostiles al Evangelio. Es un llamado a ser valientes y a testificar, confiando para su defensa en el Espíritu Santo. Pero no es un llamado a la pereza y a la irresponsabilidad, esperando que Dios haga lo que nosotros podemos y debemos hacer. La promesa de Lc 12:11-12 no justifica una falta de seriedad y esfuerzo en la preparación de sermones y estudios bíblicos, esperando que el Espíritu Santo de repente ponga las palabras en nuestra boca. 

Más bien, en esto rigen las palabras de 1 P 3:15: «… estad siempre preparados para presentar defensa («apología», una defensa bien preparada, como en los tribunales)… ante todo aquel que demande razón («logos», la lógica de nuestra fe) de la esperanza que hay en vosotros». ¿Y cómo estar «siempre preparados»? Obviamente, con una vida de constante estudio cuidadoso y fiel de la Palabra, en oración y en la comunión de fe. Ahí es donde el Espíritu Santo iluminará nuestro entendimiento de las Escrituras.

Algunos citan también las palabras de 2 Co 3:6: «… la letra mata, mas el espíritu vivifica» («espíritu» con minúscula en RV60). Pero «la letra» no tiene nada que ver con el estudio, como opuesto al Espíritu Santo. La interpretación de este texto es muy discutida, pero es muy probable que se refiera a la ley, al legalismo de los enemigos de Pablo. Otros sugieren que se refiere a un literalismo excesivo, que pierde el mensaje (el «espíritu») del pasaje.

En estos temas nos conviene seguir el ejemplo de Pablo: «Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento» (1 Co 14:14-15). Si eso se aplica al orar y al cantar —¡qué exhortaciones más necesarias hoy!— se aplica obviamente a la interpretación y a la enseñanza de la palabra de Dios. Y lo mismo es cierto si entendemos la palabra «Espíritu» con mayúscula. El Espíritu Santo nos guía por medio del estudio fiel de las Escrituras y el análisis comunitario de la fe. Cierto, para eso no se necesita un doctorado en hermenéutica, pero sí se necesita la disciplina de escudriñar el texto. El Espíritu Santo no es elitista, pero tampoco es antintelectual.


* Artículo publicado con permiso del autor. Fue escrito el 23-09-2009 y publicado originalmente en el blog personal del autor. 

[1] Nota del editor: Cuando el autor escribe «en este sitio web» hace alusión a su blog y no al del Instituto CRUX. 

[2] Nota del editor: Al ser reproducción textual, el estilo y la ortografía quedaron sin modificación.

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