En una inspiradora escena de la película dirigida por Steven Spielberg, La lista de Schindler, el contador Itzhak Stern entrega un anillo forjado por algunos judíos a Oskar Schindler que lleva una inscripción tomada del Talmud: “quien salva una vida salva el mundo”. El significado del anillo representaba el acto heroico de Schindler al salvar a más de mil judíos del holocausto en la segunda guerra mundial.
Impactado por la frase, Schindler todavía se pregunta si hubiese sido posible salvar una vida más, y así, salvar el mundo de nuevo. Aunque la referencia a la película representa un contexto de hostilidad histórica, el acto de salvar una sola vida hubiese bastado para que la frase en cuestión tuviera el mismo peso: el otro no solo aparece ante “mi” como alguien de quien me preocupo (a la manera filosófica), sino siempre solicitando “nuestro” amor (a la manera teológica).
Un acto injustificado
En la literatura bíblica uno de los primeros actos del hombre fue el del fratricidio. El relato de Caín y Abel muestra que el gesto del hermano contra el otro ha sido el de eliminar la vida y no el de mantenerla. El propio juicio de Caín, quien acaba de matar a su hermano, es considerar que su acto es demasiado grande para ser perdonado (Gen 4:11-13). Es decir, no justifica su propia vida, sino la considera como el inicio de una tiniebla: “seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará” (Gen 4:14).
Sobre este relato, dice Eberhard Jüngel: Caín es una posibilidad de todo ser humano.[1] Es decir, la posibilidad humana de seguir el gesto de Caín, matar al otro. Sin embargo, el acto de eliminar al otro sigue siendo injustificado, puesto que Caín reconoce el mal que ha hecho.
El acto justificado
Salvar una vida, según los relatos bíblicos, ya sea traducida como perdonar, liberar, ayudar, etc., es un acto justificado. Mientras Caín reconoce que le acaece solamente la muerte, como la que ha causado a su hermano. Dios, por su lado, realiza un gesto totalmente diferente al dar un “no” como sentencia (Gen 4:15). Este “no” divino es -según Jüngel- la primera palabra de justificación, el primer texto que trata acerca de la justificación del impío”.[2]
El relato de Caín muestra que el “no” de Dios es un gesto divino que se traduce como “salvar” una vida y así salvar el mundo. Bajo esta idea, Dios ha dado un no a la manera de pensar de Caín y ha dado un sí a la vida misma. Caín vivió creando su propia vida bajo la posibilidad del sí divino. En este caso, el gesto de Dios es el de perdonar y de amar la vida oscura de Caín, porque Dios no se rige bajo el signo del hermano asesino, sino bajo el signo del amor, del perdón y la vida.
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