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El Dios que se esconde: Salmo 80

1 Pastor de Israel,
    tú que guías a José como a un rebaño,
    tú que reinas entre los querubines, ¡escúchanos!
¡Resplandece delante de Efraín, Benjamín y Manasés!
    ¡Muestra tu poder, y ven a salvarnos!

Restáuranos, oh Dios;
    haz resplandecer tu rostro sobre nosotros,
    y sálvanos.

¿Hasta cuándo, Señor Dios Todopoderoso,
    arderá tu ira contra las oraciones de tu pueblo?
Por comida, le has dado pan de lágrimas;
    por bebida, lágrimas en abundancia.
Nos has hecho motivo de contienda
    para nuestros vecinos;
nuestros enemigos se burlan de nosotros.

Restáuranos, oh Dios Todopoderoso;
    haz resplandecer tu rostro sobre nosotros,
    y sálvanos.

De Egipto trajiste una vid;
    expulsaste a los pueblos paganos, y la plantaste.
Le limpiaste el terreno,
    y ella echó raíces y llenó la tierra.
10 Su sombra se extendía hasta las montañas,
    su follaje cubría los más altos cedros.
11 Sus ramas se extendieron hasta el Mediterráneo
    y sus renuevos hasta el Éufrates.

12 ¿Por qué has derribado sus muros?
    ¡Todos los que pasan le arrancan uvas!
13 Los jabalíes del bosque la destruyen,
    los animales salvajes la devoran.
14 ¡Vuélvete a nosotros, oh Dios Todopoderoso!
    ¡Asómate a vernos desde el cielo
    y brinda tus cuidados a esta vid!
15 ¡Es la raíz que plantaste con tu diestra!
    ¡Es el vástago que has criado para ti!

16 Tu vid está derribada, quemada por el fuego;
    a tu reprensión perece tu pueblo.[a]
17 Bríndale tu apoyo al hombre de tu diestra,
    al ser humano[b] que para ti has criado.
18 Nosotros no nos apartaremos de ti;
    reavívanos, e invocaremos tu nombre.

19 Restáuranos, Señor Dios Todopoderoso;
    haz resplandecer tu rostro sobre nosotros,
    y sálvanos. (NVI)

El 7 de agosto de 1944 Hitler ordenó a sus generales volar la capital francesa por los aires. Los alemanes sabían que no podrían ocupar por mucho tiempo más la ciudad con la llegada de los aliados y preferían destruirla antes que entregarla a los enemigos. Por un lado, los aliados veían la recuperación de la ciudad parisina como un derroche de recursos y un riesgo innecesario. Los aliados querían dejar bajo el control del Gobierno Militar aliado a Paris mientras recuperaban los territorios ocupados y avanzaban por el norte hacia Alemania. Por otro lado, recuperar Paris traería esperanza a una Europa que vivía aterrada y de esto solo querían ocuparse los franceses que no querían estar bajo el control de los aliados. El 19 de agosto de 1944 tres mil policías parisinos entraron en la prefectura de Policía y combatieron a los soldados alemanes. Ese fue el primer paso de la liberación de una París ocupada por los nazis durante 4 años. La resistencia francesa no perdió la esperanza de recuperar la capital del país de un enemigo extranjero.

El Salmo 80 es una oración para que Dios cambie la situación de su pueblo y los libre de invasores poderosos. Este Salmo cabe dentro de la categoría de los Salmos de clamor. Este tipo de salmos están compuestos a causa de la angustia que atraviesa un individuo, expresan el dolor del salmista y contienen ruegos para que el Señor intervenga y lo libere de la desesperación.[1] El Salmo 80 es un salmo de oración comunitaria que pide una sola cosa: liberación de una angustia abrumadora.

Fechar el Salmo puede ayudarnos a entender el tipo de dificultades que atravesaba el pueblo y ayuda a entender el tipo de oración que hace el salmista delante de Dios. La fecha parece ser un tiempo cerca del final del Reino del Norte, poco antes de 722 a.C. cuando los asirios estaban saqueando Israel y devastando la tierra.

Las expresiones como: “¡escúchanos!” (1); “¡Muestra tu poder!” (2); “¡sálvanos!” (3, 7 y 19); describen la necesidad inminente del pueblo por la intervención salvadora del Señor a favor de los suyos (1, 2; 8-11). Los versículos 12 y 13 tienen referencias metafóricas de lo que está aconteciendo en medio del pueblo, porque Dios ha derribado las murallas del pueblo y ahora “arrancan” (12), “destruyen” (v.13a), “devoran” (13b), “derriban” (16a) y “queman” (16b) la vid que el Señor trajo de Egipto (8-11).

Hay un refrán que se repite varias veces (3, 7, 19) en este Salmo que es angustioso: “Restáuranos, oh Dios; haz resplandecer tu rostro sobre nosotros, y sálvanos”. Con el verbo “restáuranos”, el salmista pide que Dios los haga volver a una condición anterior. El salmista recuerda lo que Dios hizo en el pasado; como sacó corrientes de la peña e hizo llover sobre ellos maná (Sal. 78:24); pero en contraste, ahora deben comer pan de lágrimas y beber lágrimas (5).

Los hebreos que viven esta devastación habían crecido oyendo hablar de las poderosas obras que el Señor había realizado para librarles de Egipto y de cómo los había guiado por el desierto como a un rebaño (1) para llevarlos a la tierra prometida que se hallaba dividida bajo el dominio de una docena de reyes. En Egipto Dios había desplegado la mayor exhibición de poder divino que el mundo haya podido ver jamás. En esa época, Dios castigó el mal y recompensó el bien. No quedó en Israel y Egipto una sola persona que pudiera dudar de la existencia de Dios. Durante los siguientes 40 años, Dios se hizo visible todos los días en una columna de nube y de fuego. El Señor había protegido a su pueblo y les había provisto abundantemente durante todo el viaje. Pero como bien recuerda el escritor Phillip Yancey: el poder consigue todo, menos lo más importante: no puede controlar el amor.[2]

El escritor del Salmo pide a Dios su intervención y le pregunta “¿Hasta cuándo Señor, Dios todopoderoso, arderá tu ira contra las oraciones de tu pueblo?” (4). Para el salmista, este Dios tan activo en los primeros libros de la Biblia ahora parece quieto y silencioso. Ahora calla de manera distante desde el cielo (14). Pero esto no ocurrió de la noche a la mañana. En las páginas del Antiguo Testamento se puede ver como el amor y la devoción por Dios parecen eliminarse, salvo en unas respetables excepciones de Israel (Jeremías 2:13; 5:7). Desde los Jueces hasta el periodo de los Reyes la mayoría de los israelitas habían hecho de Dios y de su templo un detalle decorativo dentro del paisaje de Israel (Isaías 65:11-12).

Aunque el clamor del salmista pidiendo a Dios que se asome a verlos desde el cielo (14) puede revelar el pensamiento general del pueblo: el rostro de Dios está escondido. El profeta Isaías revela algo que el pueblo olvidaba: “en toda angustia de ellos Él fue angustiado” (Isaías 63:9). Sí, Dios había escondido el rostro, ese rostro ocultaba una gran tristeza y pesar por su pueblo y su sufrimiento. Dios los escuchaba, aunque ellos no lo oyeron a Él.

De hecho, la oración escrita que hoy conocemos como Salmo 80 no recibió respuesta. Israel del norte fue devastada por Tiglat Piléser, rey de Asiria, que invadió el país el año en que se escribió el salmo (2 Reyes 15:19). Los milagros en los días de Moisés habían tenido efectos superficiales, habían deslumbrado a multitudes, pero pocas veces habían provocado una fidelidad a largo plazo.[3] Israel ya había vivido con el Señor del universo presente de un modo visible entre ellos, pero al final, de las docenas de miles que habían logrado salir de Egipto, solo dos sobrevivieron a la presencia divina.[4]

El Salmo 80 nos debe hacer pensar que la manifestación de la presencia de Dios y su omnipresencia no son lo mismo. Dios está presente, aunque no se lo pueda percibir. Su “guía” (1), “salvación” (3, 7, 19), “cuidado” (14), “apoyo” (17) en la vida del creyente no dependen de grandes despliegues de poder. Esta fue una lección que el pueblo de Israel tuvo que aprender en el periodo que se escribe el salmo: el amor de Dios no opera bajo las reglas del poder. Dios no quiere de su pueblo sumisión sino amor.

Lo que Dios no pudo ganar por medio del poder, lo ganaría por medio del sufrimiento, identificándose con el que sufre a través del Jesucristo.[5] Cuando duele, cuando sufrimos tenemos más cosas en común con Jesús. Jürgen Moltmann, teólogo protestante, escribió: “Dios sufre con nosotros para que un día podamos reír con él”. Es allí, en dolor, cuando Él nos encuentra, y nosotros a él. Es en esa identificación con nuestras debilidades, dolor, agotamiento, dolencias, etc.; que el Señor demuestra que aún hoy está presente. En palabras de C.S. Lewis “Dios susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: el dolor es su megáfono para despertar a un mundo adormecido”.

No olvides que ni la mayor intervención divina en el pasado, ni la mayor intervención divina en el presente a nuestro favor podría hacer lo que Dios deseaba de su pueblo: amor y fidelidad. Aunque el escritor del Salmo 80 no fuera consiente, el proceso por el que su pueblo pasaba los preparaba para una salvación mejor. El proceso por el que pases seguramente te prepara para una salvación mayor.


[1] Gary Williams, Estudios bíblicos ELA: Alabanza y clamor a Dios (México: ELA, 1995), 20.

[2] Pilliph Yancey, Desilusión con Dios (Miami: Vida, 1990), 78.

[3] Ibid., 140.

[4] Ibid., 85.

[5] Ibid., 118.

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