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El evangelio y la Reforma

La Reforma protestante como el eterno retorno acontece nuevamente como el hito histórico que representa. La Reforma se encuentra entre los acontecimientos históricos que el cristianismo recuerda, sin embargo, no significa que la Reforma sea un suceso que pertenece a la pre-historia en el museo de los credos y las festividades cristianas. En la tradición cristiana, los asuntos históricos, como la Reforma, son las marcas del evangelio aconteciendo en el mundo. Resulta que los hechos del pasado no solo pueden cambiar el presente y el futuro, sino también cambiar el pasado mismo, nuestra manera de ver las posibilidades de tales hechos.

Cartografías

El evangelio de Jesucristo (Rom 1:16) aconteció en un momento histórico y lo sitúa en un momento del mapa social, político y religioso. La vida de Jesús ya no se ve con los ojos liberales que lo idealizan y suponen de él una figura magna entre el panteón de los profetas de las grandes religiones. A Jesús se le piensa en la aldea, situado en un contexto tumultuoso, pero a la vez cotidiano, hablando sobre asuntos vitales de la existencia humana desde abajo.

Aunque para algunos esto puede representar una debilidad, pues, ¿cómo es posible que las voces de Galilea o de Jerusalén resuenen hasta hoy? Esta voz representa el impacto histórico de las palabras y los hechos de Jesús. Lo histórico no es un asunto inmediato está inmerso en sucesos interpretativos, en el mismo momento del acontecimiento: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Lc 7:20).

La cartografía cristiana es viva y dinámica y pasa entre los demás acontecimientos históricos, en diferentes partes del mundo, pero depende de cómo el evangelio es asumido por sus oyentes, aunque no siempre es oído a la perfección. La cartografía de la Reforma posibilita los cambios circunstanciales, con puntos de vista medievales y feudales, que nunca deben traspapelarse con el presente. Esto es lo que sucede en estas fechas que colocan las 5 solas como las marcas de la Reforma, asumiendo una copia casi de la misma formación cultural y religiosa, en lugar de hacerse cargo de la realidad presente, desplegando el mapa hacia otros puntos de la historia.

Otras reformas del evangelio

Lutero libera la religión de una estructura para pasarla a otras más pequeñas, y las disputas en Leipzig, enmarcan, no solo, la posibilidad real de la libertad de pensamiento, sino también los malentendidos de la historia. Mientras Lutero es el foco del estrado, él mismo no parecía aceptar las nuevas teorías que germinaban en las ciencias de la época. Kepler y Galileo quedan en el fondo del salón, pues para muchos creyentes hoy, halagar un acontecimiento significa, de inmediato, ignorar otros de igual valor, con la misma cartografía del evangelio. Lutero parece no aceptar con el mismo criterio teológico el arte de la astronomía.

Los libros de Copérnico y de Galileo fueron más peligrosos y de mayor condena que los escritos de Lutero y de Calvino. ¿No es esto una reforma ignorada? Existe la posibilidad de leer los hechos ahistoricamente, fuera del marco “acontecimental” del evangelio, ese modo originario que supone irrumpir en cada una de las esquinas del pensamiento humano. Una decisión en falso cambia la manera en que los oyentes velan sus mapas, por eso solo seguimos escuchando las voces doctrinales y no el arte de aquella época y sus reformas. Hay otras formas de revoluciones en el mundo que deben ser descubiertas por la misma visión del evangelio. Debemos, por tanto, buscar las salidas de nuestros propios laberintos, de nuestras técnicas y quizás hasta de nuestras ideologías sobre “la” Reforma.

Evangelio

Somos hechos a imagen y semejanza de las tradiciones, depende de cómo se ha gestado nuestra historia y de cómo nosotros nos enfrentamos con el evangelio una vez más. La Reforma no es el fin, ni Lutero es el último profeta. Cuando un pensador es sacudido por ideas nuevas, como Galileo y Lutero, se da a ellas desde su propio elemento lógico y traza decisiones que posibilitan sucesos inmediatos y a largo plazo. Sus sesgos en la historia no deben ser los nuestros. Una vez más, Agustín, Aquino, Lutero, solo han referido al evangelio, nunca han buscado sustituirlo. Pero siempre existe el peligro de que un suceso como la reforma sea convertido en un monstruo de dos cabezas que nos persigue en su propio laberinto histórico y que ya no es interpretado desde la cartografía del evangelio de Jesucristo.

Cuando dejemos de contar lo que fue no podremos ver más lo que es e imposible será reformar lo que nos espera. Y si seguimos contando lo que fue con la técnica del pasado y su propia lógica no podremos ver el pasado como un elemento vivo que nos posibilita nuevos mundos para nuevas reformas. El evangelio sigue siendo el único acontecimiento diseñador y productor de los sucesos que se han construido en los diferentes espacios históricos. Quizás solo nos falta sumergirnos en esta nuestra realidad y preguntarnos ¿Cómo ser un reformador hoy?

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