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Pornografía: la pandemia silenciosa, parte 1

La pornografía ha estado desde siempre y se ha transformado con el paso del tiempo. Ahora, con la evolución de la tecnología, se ha convertido en una epidemia silenciosa que provoca grandes estragos en el ser humano sin respetar edad, sexo o religión. Según CovenantEyes,[1] 28,258 usuarios ven pornografía cada segundo. El 88% de las escenas pornográficas contienen actos y agresión física y el 49% de las escenas contienen agresión verbal. Unas de cada cinco búsquedas móviles son de pornografía. Hay porcentajes más altos de suscripciones a sitios pornográficos que códigos postales. El 90% de los adolescentes y el 90% de los adultos jóvenes animan, aceptan o son neutrales cuando hablan de pornografía con sus amigos. No obstante, solo el 55% de los adultos de 25 años o más creen que la pornografía está mal. Los adolescentes y adultos jóvenes de 13 a 24 años creen que no reciclar es peor que ver pornografía.

La tecnología y la pornografía

El uso de la tecnología en el siglo XXI, y más aún en la pandemia, ha intensificado el consumo de pornografía. No obstante, esta ha sido evaluada con mucha simpleza desde la óptica del pecado, vista solo como una falta grave moral. Se olvida su alta capacidad adictiva. Esto provoca preguntarse: ¿Por qué se vuelve una adicción? Según el Dr. Donald Hilton, autor de Your Brain on Porn: Internet Pornography and the Emerging Science of Addiction, la pornografía se vuelve una adicción porque:

  1. Provoca el deseo o preocupación por obtener lo que quiero y, en consecuencia, provoca la existencia de elementos que desencadenan este deseo.
  2. Existe cierta pérdida de control en su uso. Se utiliza cada vez más tiempo con niveles de intensidad cada vez mayores, buscando estímulos cada vez más fuertes.
  3. Produce efectos negativos, ya sea en el ámbito físico, psicológico, social o financiero.

El Dr. Donald menciona que uno de los efectos que ocurre con el uso de pornografía es el efecto Coolidge.[2] Este efecto se realizó con experimentos en ratas y se observó que tanto en el macho y en menor medida, la hembra, presentan una mayor disposición a las relaciones sexuales cuando se tiene la presencia de un nuevo compañero receptivo.[3] En el caso del ser humano este fenómeno funciona de igual forma. El varón presenta un estado refractario después de la eyaculación, lo que eleva sus niveles de prolactina que le deja momentáneamente incapaz de tener otra relación sexual con la misma compañera. Sin embargo, el efecto Coolidge provoca que el periodo refractario post-eyaculatorio se reduzca o se elimine totalmente si está disponible una nueva compañera sexual.[4]

Este ejemplo expone la búsqueda de la novedad constante que se tiene programada en la genética. Además, este efecto se une con la necesidad fuerte de recompensa que provoca una sensación de saciedad. La unión constante de los dos fenómenos: la búsqueda constante de novedad y la falta de un limitador biológico, frente al deseo de recompensa, provoca que la pornografía se vuelva una adicción.

Consecuencias

Esta tiene consecuencias en la parte psicológica y social, alteradas por el circuito de recompensa. Esta alteración provoca ansiedad, estrés, dificultad para concentrarse en una tarea, menor juicio ante los riesgos en la toma de decisiones. Cambios rápidos de humor sin causa aparente, falta de motivación que genera apatía, menos deseo de socializar. Depresión, sensación de estancamiento en la vida, entre otros. Esta situación es muy preocupante en las nuevas generaciones puesto que modifica la concepción de la relación sexual y se normalizan la pornografía y los estándares sexuales provocados por la misma tales como: la violencia, la objetivización de la mujer y la búsqueda del placer a toda costa.

La pornografía produce una gran cantidad de dopamina que es el neurotransmisor que genera la sensación de placer. En el caso de este tema es la búsqueda de la novedad lo que genera dopamina. Esta acumulación de dopamina genera una molécula que se llama DeltaFosB misma que poco a poco va realizando cambios en nuestro circuito de recompensa porque altera el cerebro químicamente. Es decir, la dopamina es el arquitecto de nuestro cerebro que idica el camino que se debe seguir y la molécula DeltaFosB son los obreros que realizan el cambio. Estos cambios provocan en el cerebro una costumbre a los niveles de dopamina provocados por la sobre estimulación que se genera por el contenido que se busca.

El cerebro responde a la estimulación sexual y gracias a la dopamina recibe la recompensa y programa el recuerdo y la información en el cerebro. El reajuste del “termostato del placer” produce un nuevo nivel de lo que es “normal”. En este estado, la persona debe acercarse más a su adicción para impulsar la dopamina a un nivel suficiente solo para sentirse “normal”. Los lóbulos frontales también se atrofian y se encogen. Este deterioro físico y funcional en el centro del juicio del cerebro de una persona altera su habilidad para procesar las consecuencias de su adicción. ¡Esto es peligroso!


[1] https://www.covenanteyes.com/

[2] Se indica que el término lo acuñó el etólogo Frank A. Beach en 1995 por sugerencia de sus estudiantes en una conferencia de psicología. Él explica el neologismo: “…un viejo chiste sobre Calvin Coolidge cuando era Presidente… Al presidente y la Sra. Coolidge les estaban mostrando por separado una granja experimental gubernamental. Cuando la Sra. Coolidge accedió al área de las gallinas, advirtió que uno de los gallos se apareaba con mucha frecuencia. Le preguntó al encargado por la frecuencia de estos apareamientos, y éste le respondió: «Docenas de veces al día». La Sra. Coolidge dijo: «Cuénteselo al presidente cuando pase por aquí». Tras habérselo contado, Coolidge preguntó: «¿Con la misma gallina cada vez?». La respuesta fue: «Oh, no, señor presidente; con una gallina distinta cada vez». Coolidge concluyó: «Cuénteselo a la Sra. Coolidge». Donald A. Dewsbury (2000).

[3] R. E. Brown, “Sexual arousal, the Coolidge effect and dominance in the rat (Rattus norvegicus)”, Animal Behaviour 22/3 (1974): 634-637.

[4] B. R. Hergenhann y Matthew H. Olson, An Introduction on Theories of Personality (Nueva Jersey: Prentice Hall, 2003).

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