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¿Y si no se trata solo de mí? Una reflexión del individualismo en la Iglesia

Desde sus inicios la iglesia ha sido reconocida como una comunidad que expresa amor entre sus miembros. Sin embargo, he percibido que en la actualidad algunos cristianos han sido fuertemente influidos por el individualismo y el egoísmo de la cultura que la rodea. ¿Será esto lo que Dios espera de su iglesia?

El problema del individualismo

Previo a adentrarme, específicamente, en el problema del individualismo en la comunidad cristiana, quiero describir lo que será la base de la definición del individualismo. El diccionario de filosofía de Abbagnano lo define así: “Toda doctrina moral o política que reconozca al individuo humano con un valor predominante de finalidad respecto de las comunidades que forma parte. El extremo de esta doctrina es obviamente la tesis que postula que el individuo tiene valor infinito y la comunidad valor nulo”.[1]

Al tomar esta definición como apoyo, se podría decir que la iglesia ha sido influida por el individualismo cuando la experiencia individual se vuelve más importante que las aflicciones, carácter y santidad del prójimo. Se nos influye cuando somos invitados a enfocarnos en nuestros sentimientos, en lo que nos hace sentir más felices, más espirituales y más aceptados. Un ejemplo podrían ser las redes sociales, editamos un perfil pensando solo en nuestra imagen y lo que otros pueden decir de nosotros. Extrapolando todo el pensamiento acerca de él mismo. El cristiano ha reducido los servicios religiosos a una experiencia para satisfacer sus necesidades de aceptación.

Existe una tendencia del hombre de servirse de las creencias para sentirse mejor, más salvo, más feliz y más emocionado durante los cultos religiosos. Se puede ver que es más placentero entrar a la iglesia local, escuchar una predicación y las canciones de la alabanza sin interactuar con nadie más. No existe una preocupación genuina por el hermano que se sienta al lado, es más importante la cantidad de luces que hay en el escenario o el sentimiento de bienestar resultante del culto. Ya sea que el sermón haya sido positivista o que se le haya dado una palabra profética de prosperidad. ¿Es este el mensaje de Jesús?

El comportamiento individualista es problemático para la iglesia porque se encuentra manchado de egoísmo y los intereses personales se colocan sobre la necesidad de los hermanos dentro de la comunidad. Esto se puede elevar hasta el punto de que mientras todos se enfocan más en ellos mismos, poco a poco desaparece la convivencia en amor y la interacción para el servicio al prójimo.

Por lo tanto, los cristianos tenemos que resaltar el valor de la comunidad y el amor hacia los demás para llegar a tener una base sólida de lo que significa ser Iglesia. Dietrich Bonhoeffer en su libro “Vida en Comunidad” explica que la meta de toda comunidad cristiana es: “Permitir nuestro encuentro para que nos revelemos mutualmente la buena noticia de la salvación”.[2]

A la luz de las escrituras, el cristiano está llamado a una vida en comunidad y amor al prójimo. Por lo que la comunidad es importante en el cumplimiento del mandamiento de amor a los demás. Esto lleva a la siguiente pregunta ¿Quién es el prójimo?

El prójimo y la comunidad

Según la parábola del buen samaritano (Lc 10: 25-37), el prójimo de todo cristiano es cualquier otra persona que se encuentra en necesidad. Mientras que el individualismo extremo cubra los ojos del cristiano para estar tan inmerso en sí mismo que no valora la vida de otros, este no será capaz de cumplir con el mandamiento de amar a su prójimo.

Puede que surja la pregunta ¿Qué pasa si ayudo a mi prójimo, pero no vivo en comunidad? Aunque el cristiano no esté llamado a vivir en exclusividad con otros creyentes, este tampoco está llamado a vivir en la soledad y con la conciencia tranquila por su nivel de altruismo. Por lo tanto, el cristiano debe reconocer que su prójimo también se encuentra en la iglesia local.

En Jesucristo, la iglesia es un cuerpo en el que cada miembro ha sido elegido y adoptado como hijo para la eternidad.  Lo que implica que cada vez que un cristiano se encuentra con otro, esa comunión terrenal será un día una comunidad eterna junto con Cristo.

El amor fraternal entre los miembros de la comunidad surge de la relación directa de estos con la fuente de amor suprema. A medida que los cristianos aprenden del amor de Dios, entonces pueden compartir de este amor espiritual con otros. Entonces, ¿qué es lo que se espera de la iglesia?

Un cuerpo para su gloria

Si el prójimo de cada cristiano se encuentra también en la iglesia local es deber de cada uno esforzarse por construir una comunidad fraternal. No se puede olvidar el versículo en Efesios 2:19 en el que claramente se llama a la iglesia una familia. Una familia no es indiferente entre sus miembros. Una familia ama, apoya, conoce y se relaciona activamente entre cada parte.

Como iglesia somos el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12: 12-27), un cuerpo con muchos miembros, que, aunque cada uno tiene un rol individual, todos pertenecemos a Uno y ese Uno es el que nos mantiene unidos. Sin embargo, si una parte del cuerpo no se relaciona con las demás ¿cómo puede el cuerpo funcionar activamente?

La iglesia no es solamente un recurso para hacer sentir mejor a un creyente, como cristianos fuimos predestinados para alabanza de Dios (Efesios 1:12). En Jesús somos salvos para gozar de una comunión para su gloria y esa adoración también está en la relación con otros creyentes, los hermanos, un pueblo, los coherederos junto con Cristo. Cuando un cristiano se enfoca solo en él mismo, decide voluntariamente rechazar el regalo de servir, amar y convivir para la gloria de Dios.

Conclusión

Jesús nos trajo de las tinieblas a su luz, nos unió de todas naciones y nos reconcilió con un propósito. Ese fin, sin duda, debe de entenderse como uno mayor al que, nosotros en una existencia hiper-individualista, podamos alcanzar o disfrutar. Tal vez, entonces, vale la pena entrar a nuestros servicios dominicales con una perspectiva diferente. Alabar a nuestro Dios, levantar las manos, pero al mismo tiempo voltear a ver y buscar a nuestros hermanos. Identificarnos como miembros de una comunidad de Fe que crece y sirve junta, como un cuerpo, alejados de la comodidad individual. Tal vez, valdría la pena entrar al servicio y preguntarnos: ¿y si no se trata sólo de mí?


[1] N. Abbagnano, Diccionario de Filosofía (México: Fondo de cultura económica, 1993).

[2] D. Bonhoeffer, Vida en Comunidad (Salamanca: Sígueme, 2003).

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