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El Rey que nació para morir

La encarnación de Dios, el ministerio de Jesús, su crucifixión, muerte, resurrección y ascensión son pilares históricos sobre los cuales se levanta el pueblo de Dios. [1] No se puede soslayar que la Semana Santa es céntrica y fundamental en la fe. Es en la muerte de Cristo donde se cumple el propósito del nacimiento del Niño de Belén.

Singularidad cristiana

En todas las civilizaciones siempre se encuentra la alusión a las diferentes deidades, en la cananea, egipcia, sumeria, medo-persa, griega, romana y otras más; en ellas se exige para poder lograr o ganar un favor. Esto no sucede en la civilización judeo-cristiana, aquí Dios no exige sino da, y da lo más preciado y grandioso, se da a sí mismo.

El mayor pecado cometido en la historia del mundo fue el brutal asesinato de Jesucristo, el Hijo de Dios, moralmente perfecto e infinitamente digno.[2] En todos los anales de la jurisprudencia, no hay otro juicio donde se haya violado tanto el debido proceso como en el caso de Jesús. Se violaron todos sus derechos tanto en los tres juicios romanos como en los tres juicios judíos.

En Jesús que se cumplen con exactitud las profecías del Antiguo Testamento de un varón sufriente y de dolores, como bien lo desarrolla la profecía de Isaías 53. La vida de Jesús fue de desprecio y dolor, desde su nacimiento se puede ver, aparte de la pobreza, la manera inhumana como el Rey de reyes hace su aparición en este mundo de barbarie. No vino al palacio más fastuoso, es despreciado por sus hermanos, los miembros de los diferentes grupos religiosos lo persiguen, lo hostigan todo el tiempo y aún sus discípulos lo niegan, otros lo traicionan y todos resultan abandonándolo en el peor momento.

¿Qué era la crucifixión?

La crucifixión parece haber sido inventada por los ‘bárbaros’ en las fronteras del mundo conocido y adoptada luego por los griegos y los romanos. Probablemente sea el método más cruel de ejecución entonces practicado, porque demoraba deliberadamente la muerte hasta haber infligido la máxima tortura posible. La víctima podía padecer durante días antes de morir. Cuando la adoptaron los romanos, la reservaron para los criminales declarados culpables de asesinato, rebelión o robo a mano armada. No se aplicaba a ciudadanos romanos sino a esclavos, a extranjeros, o a cualquier otro considerado indigno de ser tenido por persona.[3]

Marco Tulio Cicerón, el pensador latino, fue explícito en la exitosa defensa que hizo del anciano senador Cayo Rabirio, que había sido acusado de asesinato:

La sola palabra [cruz] no debería figurar en el léxico del ciudadano romano; más aún, debería ser desterrada de sus pensamientos, sus ojos y sus oídos. Es indigno de un ciudadano romano y de un hombre libre no solo soportar los procedimientos propios de la crucifixión sino también el verse expuesto a ellos, a la expectativa, incluso a la sola mención del hecho.[4]

Hay que recordar que la misma ley judía decía al respecto del que fuese colgado de una cruz: “no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que Jehová tu Dios te da por heredad” (Dt 21:23).  Es esta maldición que llevó nuestro Rey.

El suceso de la cruz

En el calvario se derramó sobre el unigénito y amado Hijo de Dios, la ira que debiese haber venido sobre todos por causa del pecado. En las Escrituras se dice: “Cordero que fue inmolado antes de la fundación del mundo” (Ap 13:8). Dios es al mismo tiempo justo y el que puede justificar al impío que cree en Cristo. Pero ¿Cómo podía Dios permanecer santo y justo, y tratar con el pecado conforme a su palabra, y todavía perdonar al pecador? La respuesta se encuentra solo en la cruz. La reivindicación de la justicia divina es una parte esencial de lo que se declara a través de la cruz.[5]

Los que conocen a Jesús son plenamente conscientes de que ni los clavos ni los soldados podían detener el camino del Emmanuel. La verdad es que Jesús no podía salvarse a sí mismo, no por algún impedimento físico, sino por un imperativo mayor: el amor. Vino a cumplir la voluntad de su Padre y no iba a permitir que le desviaran de esta misión. Aquél que clamó con angustia (Lucas 22:44) en el huerto de Getsemaní: “Hágase tu voluntad y no la mía” estaba comprometido con un mandato mayor. No fueron los clavos lo que sujetaron a Jesús a esa horrible cruz; fue su decisión incondicional, por amor a su Padre, de cumplir su voluntad y, dentro de ese marco, fue su amor por los pecadores como nosotros. [6]

Conclusión

Que esta semana nos sirva para reflexionar y agradecer por ese sacrificio tan grande. No las contadas por William Shakespeare, Oscar Wilde, Dostoievski, Tolstoi, Bécquer, Edgar Allan Poe ni Dickens, sino la del amor del Rey que trajo perdón, salvación y vida eterna: Cristo Jesús.


[1] Justo González, Semana santa: Orígenes y significado (Grand Rapids: Mundo Hispano: 2023), 7.

[2] John Piper, Pecados espectaculares: Y su propósito global en la gloria de Cristo (Bogotá: CLC, 2013), 120.

[3] John Stott, La cruz de Cristo (Barcelona: Certeza Unida, 2008), 31.

[4] Ibíd., 31–32.

[5] D. M. Lloyd Jones, La Cruz De Cristo: La reivindicación de Dios (Graham: Publicaciones Faro de Gracia 2002), 13-14.

[6] D. A. Carson, Escándalo: La cruz y la resurrección de Jesús (Barcelona: Publicaciones Andamio, 2011), 29.

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