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Fortaleza: la virtud que todo líder debe cultivar

    Algunos filósofos griegos consideraban que la virtud es la perfección del alma.[1] Para santo Tomás la virtud y los actos buenos ordenan la vida. En este sentido, según el mismo pensamiento de Aquino, entre las virtudes cardinales, la virtud de la fortaleza es la responsable de la pasión hacia los bienes difíciles de conseguir o audacia, y de la pasión hacia los males difíciles de evitar o temor. La fortaleza domina precisamente estas pasiones y nos ayuda a hacer el bien aunque alguna otra cosa nos dañe o amenace dañarnos y nos dificulte la acción buena.[2]

    Todos necesitamos cultivar virtudes para enfrentar las situaciones complejas de la vida. La virtud de la fortaleza hará la diferencia en la vida de una persona. Jesús mismo fue un modelo de fortaleza ante la facilidad de ceder a la tentación.

    La fortaleza es una virtud que debería de cultivar cualquier líder en cualquier lugar, independientemente del lugar donde ejerza su autoridad, sea este un político, un maestro, un jefe de oficina, un padre de familia, una madre o un líder eclesiástico. En cada posición de autoridad se enfrentarán retos que requieren actuar con fortaleza.

    Para reflexionar en la virtud que estamos tratando, como parte del carácter de un líder, analizaremos brevemente a un personaje histórico: el gobernador romano Poncio Pilato.

    El juicio de Jesús, realizado por los principales dirigentes religiosos del pueblo judío, fue en realidad un juicio religioso-político.[3] Aunque sus acusadores no tenían argumentos sólidos, Jesús fue considerado culpable y llevado a muerte de cruz. Jesús fue juzgado como un criminal.

    Vale la pena preguntarse: ¿cómo un hombre inocente, sin ningún argumento sólido y sostenible, fue sentenciado a crucifixión? A lo que, en parte, se podría contestar: por la falta de fortaleza de un líder, la nula virtud de una autoridad.

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    Poncio Pilato

    Poncio Pilato era el gobernador en los tiempos de Jesús. Los argumentos que las principales autoridades de los judíos presentaron para condenar a Jesús fueron: pervertir a la nación prohibiendo dar tributo a César y llamarse a sí mismo el Cristo, un rey (Lc 23:2). Pero el gobernador romano no halló ningún delito en Jesús, no reconoció razón consistente para tal condenación.

    Ante la insistencia de los principales sacerdotes y escribas, Poncio Pilato intentó evadir la situación que estaba en sus manos. Por lo tanto, envió a Jesús con Herodes Antipas, puesto que Jesús era hombre galileo. ¡Hábil astucia por parte del gobernador! Sin embargo, su plan no sucedió como imaginó. Luego de burlarse y menospreciarle, Herodes envió a Jesús nuevamente ante Pilato. 

    Pilato intentó persuadir en tres ocasiones a las autoridades judías de que no encontraba ningún delito en Jesús.[4] Pero los judíos continuaban presionando al gobernador para que le mataran. Astutamente, el pueblo judío y sus autoridades religiosas apelaron a la costumbre de liberar a un criminal. Ellos clamaron por la liberación de Barrabás, un homicida, y pidieron que Jesús, el cordero sin mancha, fuera crucificado.

    Pilato, en su posición de autoridad, tenía dos opciones: (1) liberar al inocente, en quien no se había encontrado culpa alguna (esta decisión le haría cargar consigo ciertas consecuencias que incluían ganarse muchos enemigos); (2) ceder ante la condena a muerte de un inocente (actuar de esta manera traería consigo la aprobación de los líderes judíos que simpatizaban con dicha decisión y así mismo la aprobación de la multitud que estaba a favor de la crucifixión de Jesús).

    El gobernador decidió soltar a Barrabás, el sedicioso y homicida, y entregar a Jesús a voluntad del pueblo. Poncio Pilato satisfizo los deseos del pueblo. La virtud de la fortaleza ante la presión de la multitud se echó por la borda. Por temor a lo que el pueblo hiciera o dijera, el gobernador romano antepuso la mentira y la condena sobre la verdad de la inocencia.

    Así fue como el Señor, sin ninguna razón, fue condenado a muerte de cruz.

    Reflexiones finales

    Ahora bien, retomando la definición de santo Tomás, la cual ve la fortaleza como la virtud que impide y frena los obstáculos que se interponen a la consecución del bien, este relato manifiesta, sin duda alguna, la carencia de fortaleza en el corazón de Poncio Pilato.

    Al gobernador romano se le había entregado un don: autoridad política. En sus manos estaba que la historia hubiese sido diferente. Pero ¡prefirió satisfacer los deseos del pueblo! ¡Prefirió una imagen impecable delante de los hombres a cambio de la muerte de un inocente! ¡Prefirió ser débil de carácter!

    Hoy en día, suele suceder lo mismo con las autoridades y el liderazgo actual. Me gustaría decir que la ausencia de la fortaleza solo se manifiesta en las esferas que no son parte de la iglesia local. Pero lamentablemente no es de esta manera.

    Valdría la pena revisar cómo estamos ejerciendo nuestro liderazgo. ¿Somos personas que se dejan manipular por la mayoría? ¿Buscamos agradar a aquellos de quien recibiremos la alabanza o somos líderes que practican la justicia? Por último, ¿es la fortaleza una virtud que se evidencia en nuestro comportamiento?

    Que nuestra vida muestre la fortaleza que busca tener pasión por los bienes difíciles de conseguir y pasión hacia los males difíciles de evitar.


    [1] Javier Echegoyen Olleta, Filosofía griega: Historia de la filosofía (Edinumen, 1996).

    [2] Ibíd.

    [3] C. René Padilla, Milton Acosta y Rosalee Velloso, eds., Comentario bíblico contemporáneo: Estudio de toda la Biblia desde América Latina (Certeza Unida: Costa Rica, 2019), 1329.

    [4] Ibíd., 1330.

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