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Una, santa, católica y apostólica: ¿una iglesia incomprendida?

Uno de los símbolos cristianos más antiguos, el credo niceno, confiesa: «Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica». Estas cuatro marcas engloban lo que debería ser la comunidad de seguidores de Jesús. Pero ¿realmente entendemos y confesamos eso? El término «iglesia» por sí mismo conlleva una fuerte carga teológica y espiritual, que en mi opinión se ha desvalorizado en la actualidad dentro del mundo evangélico. Estas líneas no buscan hacer un análisis o crítica eclesiológica, sino inquietarnos sobre lo que realmente significa decir que somos la iglesia de Cristo.

Por iglesia podemos entender un edificio (p. ej., cuando decimos: «¡Vamos a la iglesia!»), una liturgia (p. ej., cuando decimos: «La iglesia inicia a las 9:00 a. m.») o una institución (p. ej., la Iglesia católica o la Iglesia presbiteriana), pero pocas veces nos referimos a ella como el cumplimiento de la promesa de Jesús de una comunidad que encarna los valores del Reino. Y es aquí donde entran en conflicto las tensiones eclesiológicas, cuando tratamos de entender que en la iglesia, por un lado, reside el testimonio del evangelio de Dios en Cristo y que, por el otro lado, está constituida por seres humanos caídos que, por lo general, tienden al fracaso.

Somos la continuidad del ministerio y misterio de Jesús en la tierra, pero nuestra naturaleza tiende a institucionalizar esta comunidad creando una serie de barreras y reglas que terminan asfixiando el poder del Espíritu. Nos olvidamos de que el Espíritu Santo es quien produce la existencia de la iglesia, quien la edifica y la empodera para una nueva vida y testimonio en esta tierra (Kimlyn J. Bender y D. Stephen Long, T & T Clark Handbook of Ecclesiology). Es aquí donde la iglesia, en cierto sentido, se debe de volver «mundana», porque es en este mundo donde debe ejercer su influencia y poder, ya que por naturaleza es «católica y apostólica», entendiendo esto último no como la autoridad por medio de la sucesión, sino como la tarea dada a aquellos que constituyó como apóstoles (Lc 6:13). Recurrimos a una comprensión limitada de lo que significa la universalidad e invisibilidad de la iglesia cuando la equiparamos solo con lo «espiritual», olvidándonos que la iglesia es local y visible. Jesús al orar al Padre pidió protección por aquellos discípulos que luego se convertirían en la iglesia, ya que al igual que el Padre lo había enviado a él al mundo, él (Jesús) los enviaba (ἀπέστειλα) al mundo a ellos. Una iglesia apostólica.

Nuestras confesiones eclesiológicas, reuniones y liturgias deben llevarnos a experimentar el ideal de vida que confiesa Pablo en Ef 5:25b–27: «Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa y sin mancha». Tristemente hemos hecho de esta meta algo inalcanzable y olvidable. Nos olvidamos del alto llamamiento que tenemos como pueblo de Dios y menospreciamos el llamado de esta vocación de ser la iglesia de Cristo. La meta es la siguiente: vidas transformadas, vidas que lleven mucho fruto (Juan 15). La meta es esa vida nueva que trajo la victoria sobre la muerte. La iglesia encarna, en cierto sentido, al Jesús que resucitó; encarna el anuncio de Dios en Cristo: la resurrección es la degustación del cielo en la tierra. Una iglesia santa.

Las diferentes imágenes eclesiológicas en el Nuevo Testamento se complementan entre sí para hacernos comprender lo que es la comunidad de la cruz. La iglesia es la familia de Dios, el pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu, el rebaño del pastor, los pámpanos de la vid, la esposa del Cordero. La iglesia es una comunidad que transforma el ambiente a su alrededor, es una comunidad que trae sal y luz, es una comunidad que crece y su influencia está al transformar la vida de los individuos. La iglesia no tiene distinción de raza, nacionalidad, sexo, condición económica o credo político (Col 3:11). La iglesia trasciende las barreras que la institucionalidad ha trazado. La iglesia trasciende el tiempo y el espacio. El no entender la historia, la teología y las imágenes bíblicas de la iglesia hacen que sectaricemos el cuerpo de Cristo y nos olvidemos de su universalidad.  Esta idea de la universalidad de la iglesia se halla en Hch 2:47; 9:31 y Ro 16:23 (Donald S. Metz, Primera Epístola de Pablo a los Corintios en CBB). En cierto sentido, podemos decir que la diversidad es bienvenida, pero es diversidad en la igualdad. Nadie puede exaltarse por encima de los demás o excluir a las personas que considere indeseables (Gerald Bray, Los atributos de la Iglesia en STL). Una iglesia católica.

Finalmente, ¿qué es la iglesia? Podemos entenderla como «todo el cuerpo de los que mediante la muerte de Cristo se han reconciliado de forma redentora con Dios y han recibido una vida nueva. Incluye a todas esas personas, ya estén en el cielo o en la tierra. Aunque es universal por naturaleza, encuentra su expresión en las agrupaciones locales de creyentes que muestran las mismas cualidades que el cuerpo de Cristo en su conjunto» (Millard J. Erickson, Teología sistemática). Es esa comunidad  que es una, santa, católica y apostólica, y donde, según el mismo Jesús, «las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella» (Mt 16:18).

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