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El predicador Lester Sumrall cuenta que entró en una ciudad en China y una gran muchedumbre le cerraba el paso. Miró para saber lo que acontecía y vio que estaban apedreando a un hombre; como no podía pasar, tuvo que presenciar aquella escena. Algunos decían que el apedreado era un ladrón, pero ninguno sabía si era cierto. Lo único cierto era que la multitud asentaba dicha muerte con risas.
Eso es lo que hicieron al pie de la cruz: mientras Cristo estaba muriendo, los seres humanos reían. Cristo estaba colgado en la cruz y el mundo reía al pie de ella.[1] Lucas 23 da detalles importantes de quienes estaban presentes ese día y de quienes se burlaban.
Al pie de la cruz
Por el relato de los Evangelios sabemos que la gente que se encontraba ese día alrededor de la cruz era: gobernadores, soldados, maestros de la ley, religiosos en general, los curiosos, su madre, algunas mujeres que miraban a la distancia, algunos discípulos y apóstoles.[2]
Lucas no ofrece mayor detalle sobre la crucifixión como lo hace Juan; más bien llama la atención sobre las burlas hacia Jesús en la Cruz y el relato de los soldados echando suertes con la ropa de Jesús. Con respecto a las burlas, hay mofas por parte de los gobernantes diciendo: “a otros salvó sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios” (v. 35). Burlas de parte de los soldados diciendo: “Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (v.36). E insultos por parte de uno de los ladrones en la cruz, que le decía: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (v.39).
Al final de la Primera Guerra Mundial, un destacamento de soldados ingleses esperaba entrar en un pequeño pueblo cerca del río Rhin en Francia, cuando repentinamente un soldado salió corriendo de un edificio gritando: “¡Cuidado!”. Instantáneamente una ráfaga de balas lo dejó muerto, en el suelo. Pero la advertencia salvó a la compañía de una emboscada. El destacamento luchó y pronto se supo la historia del soldado que les había salvado la vida. Agradecidos y conmovidos, los soldados ingleses le dieron una buena sepultura, y pusieron sobre su tumba una cruz que decía lo siguiente: “A otros salvó, a sí mismo no se pudo salvar”.
Estas fueron precisamente las palabras que los judíos lanzaron contra Jesús cuando estaba colgando de la cruz. No pudo salvar a otros y a sí mismo, y prefirió sacrificarse él en favor de otros, incluso de aquellos que le crucificaron.[3]
La idea de un Mesías sufriente les parecía completamente imposible. Su imagen de un liberador estaba diametralmente opuesta a la imagen del Hijo del Hombre: manso y humilde hasta la muerte.[4]
Los expertos sin cruz
El evangelio de Juan 19: 23-24 relata el suceso del vestido de Jesús:
23Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo.24Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y así lo hicieron los soldados.
El término empleado por Juan para “sus vestidos” se refería generalmente a los artículos más visibles que incluía la ropa exterior: pañuelo de cabeza, sandalias, cinturón, y manto. Al mencionar la división en cuatro partes, una para cada soldado, sabemos que eran cuatro soldados los encargados de llevar a cabo la crucifixión[5] y era una costumbre común de los romanos que los soldados dispusieran de los vestidos de los condenados. [6]
Parece que la idea no es que se dividió o partió un vestido en cuatro partes, en ese caso, ¿para qué echar suertes?, sino que había cuatro prendas de vestir, y que cada uno de los soldados se quedó con una. Estas prendas eran de valor desigual; por eso los soldados echaron suertes. Se ha dicho que probablemente estas cuatro prendas eran: pañuelo de cabeza, sandalias, cinturón, y manto.[7]
Pero había una quinta prenda, la túnica. La túnica se menciona aparte de los vestidos y se refiere a la ropa interior, algo como una camisa que se extendía del cuello hasta las rodillas. Por alguna razón Juan describe esta túnica con gran detalle: no tenía costura y, además, era tejida entera de arriba abajo, lo cual evidencia que era una prenda rústica y nada estética, que a su vez reflejaba sencillez y humildad. Los soldados reconocieron algo de valor en la túnica sólo si se guardaba completa.[8]
Juan emplea la conjunción de propósito para que, para señalar el propósito divino. Los soldados no estaban conscientes de ver en este acto algo de valor espiritual. Juan sí percibió y entendió que era el cumplimiento de una profecía hecha siglos antes (Sal. 22:18).[9] El lujo de detalles en esta sección deja la impresión de un testigo ocular.
Conclusión
En estos soldados romanos podemos encontrar una advertencia para aquellos que somos maestros y enseñamos las Escrituras y más, para aquellos que predicamos semana a semana delante de una cámara o detrás un púlpito. Estos hombres que formaron parte de un grupo pequeño de testigos de la crucifixión y probablemente quienes estuvieron al pie de la cruz se preocuparon más por lo superficial del Maestro, apartaron su mirada de la cruz y la concentraron en el suelo, en donde solo quedaban sus vestiduras y su túnica.
Nosotros como los romanos nos encontramos en una posición cercana a la cruz por nuestra fe en el Señor desde donde podemos contemplar su sacrificio y anunciarlo a otros para que crean en él. Aprovechemos nuestra posición como maestros y educadores para anunciar al Señor a los demás.
Claro, estos soldados hacían lo que acostumbraban a hacer con cada uno de los condenados; ellos hacían su “trabajo”. Nosotros, como ellos, estamos expuestos a no ver a la cruz, pues podemos estar más preocupados por lo superficial del Señor que por su cruz. ¡Cuidado! nos podemos hacer expertos en túnicas.
Existen túnicas en cada uno de los campos de trabajo y nos podemos hacer expertos en ellas y cometer el error de enseñar a otros el mismo valor y hacerles expertos en esa pieza. Fuimos llamados a enseñar a otros a estar parados al pie de la cruz y contemplar con gratitud el sacrificio del Señor desde nuestros campos de enseñanza, como en el poema de Rafael Sánchez Mazas:
Delante de la cruz los ojos míos,
quédenseme, Señor, así mirando,
y, sin ellos quererlo, estén llorando
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos
quédenseme, Señor, así cantando,
y, sin ellos quererlo, estén orando
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así con la mirada en vos prendida,
y así con la palabra prisionera,
como la carne a vuestra cruz asida,
Quédenseme, Señor, el alma entera,
y así clavada en vuestra cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis, me muera.[10]
[1] Alfred Lerı́n, 500 ilustraciones (El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 2000), 27–28.
[2] Samuel Dı́az, Comentario bíblico del continente nuevo: San Lucas (Miami: Unilit, 2007), Lc 23:33–38.
[3] Ibid., 350.
[4] Ibid., 347.
[5] James Bartley et al., Comentario bíblico mundo hispano: Juan (El Paso: Mundo Hispano, 2004), 384.
[6] Cevallos y Zorzoli, Lucas, 346.
[7] William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio según San Juan (Grand Rapids: Libros Desafío, 1981), 704.
[8] Bartley, Juan, 384–385.
[9] Ibid., 385–386.
[10] Lerı́n, 500 ilustraciones, 265.
La espiritualidad cristiana, definitivamente, tiene que ver con la totalidad de la vida, es decir, se lleva a cabo y se ejercita en lo individual y en lo comunitario, en la soledad y en lo social. También es cierto que esta tiene un fin: acercarnos más a Dios y a nuestro prójimo. ¿Cuáles son aquellas prácticas que nos ayudan a ser mejores discípulos del Señor? ¿Qué es, realmente, la “espiritualidad cristiana”? ¿Hemos olvidado ejercicios espirituales valiosos? Te invitamos a unirte a esta nueva conversación.
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