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Las mujeres en la expansión del cristianismo

El debate teológico, antropológico y eclesiológico de la mujer en el liderazgo ministerial ha tenido un largo recorrido. Generalmente, cuando se habla de este liderazgo femenino, solo se toman como referencias aisladas dos pasajes de las Escrituras: 1 Corintios 14:34-36 y 1 Timoteo 2:11,12. El énfasis de esta lectura por unos cuantos años se concentra en dos palabras: “silencio y sumisión”. Sin embargo, tal como lo explica el biblista Raymon E. Brown, experto en exégesis, respecto al acercamiento e interpretación del texto bíblico:

No estoy convencido de la utilidad de tal estudio, puesto que en cualquier texto que apunta en una dirección, existe de ordinario un texto contrario. Si 1 Corintios 14:34 manda que las mujeres deben guardar silencio en las iglesias, 1 Corintios 11:5 reconoce la costumbre de que las mujeres oren y profeticen y la profecía se halla en el rango de los carismas en el segundo lugar después del apostolado (1Cor 12:28) hasta el punto de que Efesios 2:20 supone que la Iglesia, la casa de Dios, se halla establecida y fundada por apóstoles y profetas.[1]

Por esto se vuelve necesaria la investigación de algunos casos del liderazgo de la mujer en el mundo del Antiguo y Nuevo Testamento con el fin de incluir dichos modelos de liderazgo para no basarse solo en dos textos bíblicos, sino en toda la evidencia interna y mostrar de esta forma, una manera más justa y equilibrada del tema.

Imagen de Dios

El libro de Génesis hace mención del imago Dei[2] como punto de partida para la humanidad. En la declaración de Génesis 1:26-28, se expone que ambos, hombre y mujer, gozan de dignidad ante el Creador porque son partícipes de esa imagen y semejanza divina.[3]

Como resultado, varias mujeres del Antiguo Testamento desempeñaron esta imago Dei en el liderazgo. En Éxodo 38:8 se observa a mujeres desempeñando un papel importante en Israel, como es el caso de la profetisa Miriam (Ex 15:20-21). La oración de alabanza expresada por Ana en 1 Samuel 2. La profetisa Húlda en 2 Reyes 22:14-20 así como el de Débora, que se le reconoce su labor no solo de profetisa, también de juez de Israel y líder en los capítulos cuatro y cinco del libro de Jueces.

Cartas paulinas

En el caso del Nuevo Testamento se observan iglesias domésticas como parte del desarrollo del cristianismo en los primeros siglos. Craig Keener afirma que: “durante los tres primeros siglos de la iglesia los creyentes se reunían en casas y no en los edificios de la iglesia”[4]. Esto tendrá un significado totalmente distinto para esta época porque muchas de estas comunidades de fe fueron dirigidas por mujeres.[5]

Uno de los registros de estas iglesias eran las iglesias domésticas según Hechos. La madre de Juan Marcos, María, parece tener su casa como centro de comunidad y de reunión para los momentos de crisis (Hch 12). El caso de Lidia (16:14-15) que fue la primera en Europa que se convirtió al cristianismo y que probablemente fue parte de la fundación de la comunidad de Filipos. Ella se dedicaba a la producción de tintes y vestimentas de púrpura lo que representa a una mujer comerciante y lo más probable, con buen estatus económico (16:13-16).[6]

Al final de Hechos 16 aparece la casa de Lidia como punto de reunión de hombres y mujeres, y al parecer Lidia es líder de dicha iglesia: “Ella y los de su casa fueron bautizados”. Keener explica que en la cultura romana se esperaba que toda la casa profesara la religión de quien estaba al mando de la casa. Posiblemente en este caso, todos lo que habitaban con Lidia escucharon el evangelio por medio de Pablo y todos creyeron.[7] Es similar el caso de Ninfas (Colosenses 4:15,16) pues ofreció su casa para que se hiciera una iglesia doméstica. Es decir, fue “la dirigente de una iglesia hogareña”.[8]

Los evangelios

Algunos casos como el de la mujer samaritana muestran que ella llega a ser testigo de Cristo y a la misma vez como enviada para anunciar al mesías. Las culturas predominantes de los primeros siglos creían como inconcebible el testimonio de una mujer[9] y el hecho de que Jesús dialogara con ésta, presenta una enseñanza con un valor profundo (Juan 4:1-42).

Los evangelios sinópticos mencionan a varias mujeres como discípulas de Jesús, las cuales, le seguían y servían tal como lo hacían sus otros discípulos varones: María Magdalena, María la madre de Jacobo, Salomé, María Magdalena, Juana (esposa de Chuza, administrador de Herodes) y Susana. Uno de los ejemplos más importantes de esta lista se encuentra en el evangelio de Mateo. El autor explica que algunas mujeres estuvieron al pie de la cruz hasta el final de su muerte (Mt 27:55). De la misma manera que fueron ellas las primeras en llegar a la tumba después de la resurrección y dieron testimonio a los discípulos de las buenas nuevas. Esto es tan significativo, pues según Keener:

Es altamente significativo que las mujeres fueran elegidas como los primeros testigos; la cultura del lugar consideraba sin valor el testimonio de ellas… El testimonio de las mujeres no se consideraba confiable en esa cultura, sin embargo, Jesús va contra la cultura al revelarse a las mujeres y decirles que lleven su mensaje a los otros discípulos.[10]

Anunciar el evangelio

En la carta a los Filipos, el apóstol Pablo menciona a Evodia y Síntique como defensoras que combatieron juntamente con él por el evangelio y, además, son reconocidas como diaconisas (4:2-3).

En Romanos 16:3-15 el apóstol Pablo saluda a once mujeres y de estas, elogia a seis de ellas. Posiblemente, el apóstol menciona estas diaconisas porque “las mujeres necesitaban más afirmación en su ministerio”[11] ya que en el judaísmo antiguo se reconocía solo a los hombres en la enseñanza de la ley. Sin embargo, en el mundo del Nuevo Testamento, los términos de diáconos, diaconisas se entiende como “ministros de la palabra de Dios”.[12] Esto se puede observar en 1 Timoteo 3:8-12 cuando se explica ciertas demandas para el hombre y la mujer que tienen la posición de diácono y diaconisa. Es muy significativo que en esos tiempos el apóstol Pablo no tuviera problemas en instruir a las mujeres en los cargos que ya desempeñaban.[13]

En la misma carta a los Romanos, el apóstol elogia a tres mujeres: Febe, quien fue diaconisa de la iglesia en Cencrea y posible portadora de la carta a los Romanos (16:1-2).[14] También menciona a Priscila junto con su esposo, Aquila, y agradece su colaboración en el ministerio hasta arriesgar sus vidas por él (Ro16:3-4). De hecho, a Priscila se le reconoce por “su celo en difundir el Evangelio”,[15] no solo como diaconisa sino como maestra de teología.[16]

Conclusión

En este trayecto se observa el papel importante que las mujeres tuvieron en la religión de Israel: profetisas, juezas y líderes. En el Nuevo Testamento abundan mujeres como misioneras, discípulas, diaconisas y en las tareas apostólicas. Muchas de ellas partícipes del ministerio de Jesús en todas las áreas.

En la iglesia primitiva varias mujeres fueron líderes en sus comunidades de fe y defensoras del evangelio sin importar el sufrimiento. Por ende, estuvieron predicando y enseñando acerca del evangelio.

La influencia que la mujer tuvo en la infraestructura cristiana fue de suma importancia en la expansión del cristianismo primitivo[17] y hoy también lo son en las comunidades cristiana como líderes, empresarias, educadoras, teólogos, etc.


[1] Raymond E. Brown, “Roles of women in the fourth gospel” Theological Studies, 36: 688-699.

[2] Alfonso Ropero, “Imagen de Dios”, GDEB (Barcelona: CLIE, 2013), 1224.

[3] Gerhard von Rad, El libro del Génesis (Salamanca: Sígueme, 1977), 70. 

[4] Craig S. Keener, Comentario del contexto cultural de la Biblia Nuevo Testamento (Texas: Mundo Hispano, 2010), 355.

[5] Carolyn et al., El lugar de la mujer en la iglesia primitiva (Salamanca: Sígueme, 2007), 207.

[6] Keener, Comentario del contexto cultural de la Biblia Nuevo Testamento, 369.

[7] Ibíd., 369.

[8] Ibíd., 576.

[9] Ibíd., 270.

[10] Ibíd., 126.

[11] Ibid., 446.

[12] Ibíd.

[13] A. Ropero, “Diáconisa”, 618.

[14] A. Ropero, “Febe”, 898.

[15] A. Ropero, “Priscila”, 2016.

[16] Ibíd.

[17] Carolyn et al., El lugar de la mujer en la iglesia primitiva, 344.

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