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A-Dios definitivo

Jaques Derrida, filósofo francés, solía jugar con las palabras permitiendo así una apertura posible para decir algo en clave teológica. Su deconstrucción no es tan simple como parece a primera vista. Y tal como le dieron el adiós, sus allegados, traerlo a colación aquí nos dicta una verdad innegable, que Derrida sobrevive en la llamada, aunque ésta sea una nota al pie de página. ¿Sucede algo similar con Dios, el crucificado? ¿Qué enseña el adiós? ¿existe el adiós definitivo? Gracias a Derrida nos permitimos, aquí, jugar con las palabras.

El viernes santo

El viernes santo tilda la crúz sin errar en la gramática… La cruz, símbolo de vergüenza, surge como un símbolo de-construido.

La cruz que traza su sombra sobre la tierra es borrada por las nubes que marchan cubriendo la tierra (¿solo de Jerusalén?) opacando al mismo sol. Unos sacerdotes, guardianes de la letra, buscan la tilde en la verdad del crucificado, pues ha realizado los acentos que según él ha señalado como Reino de Dios.

El pueblo, que no sabe leer, se encuentra esperando algún movimiento insólito, pues solo creen lo que ven y no lo que no saben leer. Son también expectantes gramaticales, de una gramática visible. El viernes santo no es solamente el padecimiento del Cristo, sino el padecimiento de este mundo en el crucificado que carga sobre sí la fuerza de las palabras mundanas.

La palabra tildada

Dos sentencias caen del madero en un lenguaje universal, no solo en griego, latín y hebreo. La primera con una fuerza de rayo: “perdónalos porque no saben lo que hacen”. El eco de este acento cuelga en la cruz como un símbolo que da pie al encabezado: Este es el rey de los judíos. Inmediatamente los gramatólogos saltan ante cualquier error, porque no es posible cometer un error de tilde o de letra; un error gramatical da pie a un error de lectura y esto puede perpetuarse con las copias e interpretaciones. Pero lo escrito, escrito está, dice Pilato.

La segunda sentencia se desprende de la piel herida: “Consumado es”. Un gran silencio interrumpe el cielo abierto y salta a la vista el rostro del mesías. La Palabra ha dado cierre a una gramática pecadora, Dios es quien cierra el ciclo llevándolo a cabo, se ha cumplido la misión del pasante.

En ese instante el Espíritu de la Palabra salta para no quedar atrapado en la letra, porque la letra mata, más el espíritu vivifica. El Señor es el Espíritu y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Solo viendo, a cara descubierta, como en un espejo la gloria del señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. Cumplida está la palabra profética: pondré mis instrucciones en lo más profundo de ellos y las escribiré en su corazón. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

Un manto oscuro a la vista

Más oscuro parece ser el grito del crucificado antes los ojos de los letrados: Eloi Eloi, ¿lama sabactani? No solo existe la necesidad de traducir estas palabras, porque da, a los mal-entendidos una versión distinta: llama a Elías, esperemos si Elías viene a bajarlo. La apertura a las imposibilidades no siempre son aperturas correctas si no se lee y escucha bien el lenguaje del crucificado.

Inmediatamente la voz del crucificado hace eco en la tierra: el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros y muchos muertos se levantaron. La fuerza de la Palabra posibilita una confesión ¿inevitable?: Verdaderamente este era el hijo de Dios. La confesión presente, gramaticalmente es: Verdaderamente este es el hijo de Dios. La voz que sale de la multitud proviene de los que saben ver y leer en la cruz, de los que aguardan (a) los pies de la cruz, de los que se mantienen vigilantes, abiertos al albor.

El a-Dios

¿Por qué me has desamparado? ¿Es por sí sola una pregunta sin contexto? ¿es el a-dios definitivo? ¿es huida del Dios o despedida del crucificado? Derrida dice: “El adiós, el para Dios o el ante Dios ante todo y en toda relación con el otro, en todo otro adiós. Toda relación con el otro sería, antes y después de todo, un adiós”.[1]

El suceso del viernes santo puede leerse de dos maneras, como un sí al camino hacia Dios o que permanece de cara a-Dios. Así la oración del Hijo, no se dice sin el cuerpo de la palabra, sino en la raíz de la historia hebrea en los himnos de los salmistas. Solo aquel que recuerda la historia cantada no podrá salir del contexto. Éste quizás sea el mayor celo que apelar a la mera gramática de la letra. Una lectura correcta de los Salmos permite ver las palabras de abandono con puntos suspensivos…

El adiós puede entenderse como el adiós a un rechazo. Jesús vive el abandono del sí, de cara a-Dios, pero también el abandono de sus allegados. Así lo relata Frövik en Los comulgantes de Ingman Bergman, “¿no será que el mayor sufrimiento de Cristo haya sido el abandono de los discípulos en el huerto?” No es acaso, dice Frövik, esa soledad un sufrimiento justo cuando se necesita a alguien.           

Conclusión

El adiós definitivo de Cristo el viernes santo es un a-Dios, de cara a-Dios, un pasante de este mundo al Padre. Pero revela también el adiós como el momento de separarse, como el adiós de los discípulos tras abandonar a su maestro y que ahora no se encuentran junto a la cruz donde tiende el cuerpo de su Señor.

El relato del viernes santo tan oscuro y nuevo a la vez, revela al hombre la posibilidad de vivir de cara a-Dios, vivir hacia Dios o vivir de cara sin el a-dios, ambos son decisiones definitivas. O somos un pasante de este mundo al Padre, como el Hijo, o somos un pasante sin Dios. Al Cristo crucificado se le lee bajo esta nueva gramática, una donde el Espíritu da vida a la letra ¿cómo lees?


[1] Jaques Derrida, Dar le muerte (Barcelona: Paidos, 2000).

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